lunes, 1 de diciembre de 2008

La Salud no sabe de Paros

Operación retrasada por no ser considerada de "alto riesgo"
La Salud no sabe de Paros
Mientras un sector insiste en paralizar su burocracia, la actividad propia de la vida no se detiene, perjudicando a los que han jurado servir.

Por Luis Ordenes B.

Nancy Iribarren es una esforzada ama de casa, madre de tres hijos y desde hace un año combate contra la diabetes. Su enfermedad se considera de tipo 1, pues su páncreas no produce insulina.

El 11 de noviembre, como siempre, Nancy comienza su día a las 7 de la mañana. Prepara a sus hijos para el colegio, los va a dejar y vuelve a su casa para hacer el almuerzo. Paralelamente, los empleados fiscales se preparan para convocar un paro total en el país, en busca de un reajuste en sus sueldos ante la inflación que llegó a un 9,9% en 12 meses, la cifra más alta desde 1994.

Hace unas semanas, a Nancy le informaron que debido a su enfermedad, debían amputarle un dedo de su pié. El mundo se le vino encima. Primero pensó en la manera que se verían afectadas sus labores habituales, luego en algo de vanidad y por último en lo que significaba perder parte de su cuerpo, parte de ella. El médico le dijo que es definitivo, debe hacerlo, no existe otra manera, si no se amputa morirá.

Mientas tanto, el paro de la Asociación de Empleados Fiscales crece con una rapidez semejante al de una bola de nieve. Cada día son más y más los sectores que se adhieren asegurando que es una lucha justa y se espera brindar beneficios a la comunidad. Para que alguien gane, otro debe perder, y no necesariamente es el Gobierno, como muchos casi instantáneamente reconocen.

Nancy vive una vida bastante agitada, aún para un ama de casa. Su marido trabaja en una empresa que presta servicios contratistas a Codelco, por lo que no pasa mucho en casa. No poseen un vehículo, pero aún así, ella compra todos los días en una lejana feria a su hogar, con la finalidad de ahorrar hasta el último peso que pueda ser utilizado en algo más.

Desde muy temprano, prepara a sus hijos para el colegio, los va a dejar y se dirige al hospital de Calama. Se ha hecho la idea de que un dedo es un “bajo” precio con tal de seguir con su salud, de poder seguir con los suyos. Lo ha asumido, aceptará la amputación.

En el día de descanso, su marido se levanta más temprano de lo normal para hacer los trámites. Bonos, autorizaciones que eximen de responsabilidad, algún cheque (de esos que ahora no son obligatorios) también le pidieron. Con esfuerzo logra obtener lo necesario y consigue una hora para la cirugía, solo debería esperar una semana, pues la operación de su esposa es algo urgente, si bien no de carácter vital a corto plazo.

Día D

Nancy ve en el noticiario que la mayoría de los servicios públicos del país están movilizados. Se acerca el día de su operación y aún no se llega a un arreglo. Llama por teléfono sin recibir respuesta por parte del hospital. Desde la municipalidad le informan que las operaciones se llevarían a cabo con normalidad, con lo que el alma le vuelve al cuerpo.

Apegada a su rutina, prepara a sus hijos para el colegio, los va a dejar y se dirige al hospital de Calama.

Mientras, en el colectivo, se acercan al hospital y comienzan a ver los esbozos de lo que será una futura manifestación. Un grupo de gente en la entrada les dificulta un poco el paso, pero logran zafar de la situación fácilmente. Logran llegar al mesón de informaciones, Nancy tiene el corazón en la mano, su marido también pero no lo demuestra, debe ser fuerte.

Este mismo día, 19 de noviembre, el gobierno ofrece 9,5% de reajuste mas uno bono escalonado. Se rechazan y el paro continúa. En la tarde el gobierno dará su última palabra.


Mientras Nancy es ubicada en el sistema del hospital, es informada de que su operación no está considerada entre las con “riesgo vital”, pero que su cirugía será reacomodada lo antes posible al terminar el paro. Se le vino el mundo encima. Tanto esfuerzo para nada. Si bien la operación realmente no tiene riesgo vital inmediato, si lo tendría a largo plazo, pero detrás Nancy no sabía que el 100% de los médicos del hospital de Calama están adheridos al paro.

De vuelta en su casa, ahora atenta al desarrollo de las negociaciones, ve que el gobierno realiza una nueva oferta, un 10% de reajuste manteniendo los bonos escalonados. Sigue el paro.

Con la incertidumbre de si se podría llevar a cabo su operación, mira sin consuelo las noticias del tema, su familia la apoya, pero el sentimiento de impotencia es mayor. Pagó por un conflicto del que ni siquiera sabía que existía. La lucha de los empleados fiscales era justa, loable, digna de aplausos, pero lejos de la vista común estaba el egoísmo, ¿cuantas Nancy más hay por todo el país?

Al día siguiente, 20 de noviembre, el gobierno y la Anef llegan por fin a un acuerdo. La Comisión de Hacienda del Senado aprobó un reajuste del 10%. La batalla fue ganada. El presidente de la Central Unitaria de Trabajadores, Arturo Martínez, dijo que: "Hoy día pueden irse a su casa satisfechos del deber cumplido, quizás lo conseguido no es todo lo que esperábamos, pero en Chile hay trabajadores con dignidad, hoy hay que celebrar".Mientras los trabajadores celebran su victoria, en el reverso oscuro está Nancy, quien sin tener voz ni voto en la batalla, perdió.

10 días después de la normalización, Nancy ya tiene una nueva hora para su intervención, pero la sensación del tiempo perdido es indescriptible. Quizás en su nuevo control ya no sea el dedo, sino el pié entero lo que deban amputar, o quizás, se halla mantenido igual y al fin el paro no le afectó en nada.

Nancy comienza su día a las 7 de la mañana. Prepara a sus hijos para el colegio, los va a dejar y vuelve a casa para preparar el almuerzo.

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